Revista Solidaridad

De perogrullo

Por Pcelimendiz

Arrastramos en Servicios Sociales paradigmas de intervención muy arraigados. Uno de los principales es el que dice que la modificación de las circunstancias y condiciones socioeconómicas de la gente previene o soluciona los problemas de inclusión social de las personas.


De perogrulloNo vendré yo a negar semejante paradigma. Es de perogrullo que si las personas acceden a un nivel económico tal que les permite el acceso a una vivienda digna y a satisfacer sus necesidades básicas primarias el riesgo de exclusión social se reduce drásticamente.
Es una lógica común que viene a decir que reducir la pobreza reduce la exclusión social. Y como reducir la pobreza es un asunto básicamente de dinero, en el fondo de lo que se trata en política social es de proporcionar recursos económicos suficientes a las personas.  Idealmente esto debería hacerse mediante el empleo, pero como éste ha quebrado en cuanto a esta función, la alternativa natural es hacerlo mediante prestaciones del sistema de servicios sociales. 
Es obvio que hay otras alternativas, como realizar esta redistribución de la riqueza mediante la política fiscal, o mediante prestaciones de otros sistemas públicos, pero también es innegable que hacerlo así tiene sus ventajas, sobre todo de legitimación y control social.
Y así andamos en Servicios Sociales, entregados a la tarea de gestionar esas prestaciones económicas que tanto necesitan las personas en situación o riesgo de exclusión social. Un diseño básico que cierra el círculo problema-solución o necesidad-recurso: subvenir las carencias.
Fin de la historia.
O quizá no.
Porque asentar la política social en cuestiones de perogrullo y de lógica común es tentador, pero probablemente la intervención social requiera de paradigmas asentados en criterios profesionales, más que en los comunes.
Es curioso observar cómo estos paradigmas profesionales han sido abandonados progresivamente en el Sistema de Servicios Sociales, sustituidos por generalizaciones simples que han convertido la intervención social dentro del mismo en una especie de beneficencia maquillada, una asistencia social que apenas supone avance alguno respecto a la caridad o la filantropía.
La responsabilidad de esta sustitución tiene muchos actores, pero creo que desde el Trabajo Social debemos asumir una cuota bastante importante. Aunque este es otro tema.
Como ejemplo de los criterios profesionales que se han abandonado pondré uno: aquel que decía que la intervención profesional debía tener como objetivo que las personas por sí solas pudieran llegar a solucionar sus problemas.
Hoy apenas se asientan intervenciones profesionales en este criterio. Hemos asumido los procesos de delegación y desresponsabilización que de modo imparable se han instaurado y se ha desplazado la responsabilidad sobre los problemas y las soluciones, traspasándose de las personas y familias hacia los profesionales y el sistema.
El resultado es la cronificación de muchas situaciones, personas y familias cada vez más debilitadas en sus capacidades y, en general, imposibilitadas para salir del círculo de la exclusión social (con todos sus riesgos añadidos: violencia, salud mental, deterioro relacional...) a pesar de contar con más recursos económicos.
Y es que con demasiada frecuencia observamos en nuestro sistema como se da el viejo dicho: -¿La operación? -Un éxito. -¿El paciente? -Murió.

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