Revista Opinión

El alzhéimer dulce

Publicado el 11 mayo 2024 por Manuelsegura @manuelsegura
El alzhéimer dulce

Nunca podremos saber si el final de nuestros días se asemejará al de Augusto Góngora. En mayo del año pasado, este periodista chileno falleció a los 71 años de alzhéimer, una enfermedad que en palabras de su esposa, la actriz Paulina Urrutia, supone una muerte a cámara lenta. A Góngora se la detectaron en 2014. Desde entonces, él y su entorno asistieron a su progresivo deterioro. La cineasta Maite Alberdi dirigió en 2023 un documental, ‘La memoria infinita’, basado en ese periodo de la vida del periodista, que por momentos resulta desgarrador. Góngora accedió a que su experiencia tuviera visibilidad, sin ningún tipo de vergüenza, por si ese testimonio pudiera servir a otros. Su mujer cree que la gente le tiene más miedo al alzhéimer que a la propia muerte. 

 A Augusto Góngora se le debe buena parte de la documentación gráfica de los atropellos a los derechos humanos cometidos por el régimen del general Pinochet. Durante años recorrió el país clandestinamente para grabar la barbarie que, como consecuencia del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, se apoderó del país andino. Restablecida la democracia, desde 1990 Góngora se dedicó a la difusión de la cultura en la televisión estatal, a través de programas que contaron con notable respaldo de la audiencia, quizá para desintoxicarse del horror que tuvo que conocer en primera persona.

 Si había dos cosas que apasionaban a Augusto Góngora, aparte del periodismo, eran los amigos y los libros. A lo largo del documental, de 85 minutos, ambos resuenan en medio del caos al que la enfermedad somete a su cerebro. Echa de menos a sus conocidos, que cree que le han abandonado, mientras permanece recluido con Paulina en casa durante la pandemia, y piensa que su biblioteca puede correr el riesgo de desaparecer.

Su hijo Cristóbal contó que tenía un resorte infalible para que su padre recordara el pasado, eludiendo los vacíos cognitivos: evocar el penalti que Carlos Caszely falló en el Mundial 82 en España. Fue frente a Austria, selección que derrotó a Chile por 1-0, lo que abrió el camino de su eliminación. Al exjugador del Levante y Espanyol, que no volvió a lanzar más desde los once metros, le perseguirá aquel yerro a lo largo del resto de sus días. Y Góngora solía sonreír al recordarlo.

Un amigo entrañable, que se adentra en las fangosas aguas en las que lo hizo el periodista chileno, me confesó hace unos meses que se le había olvidado la tabla de multiplicar. Él, que lo ha sido todo en lo suyo, me lo dijo en voz baja, pesaroso y casi diría que abochornado. “¿Y para qué vas a necesitar multiplicar a estas alturas?”, acerté a responderle a modo de aliento. Ambos acabamos riendo al unísono.

Hace unos días, el crítico de cine Carlos Boyero le contó a Carlos del Amor en ‘La matemática del espejo’, en La 2, el desgarro que le produjo en su vida el alzhéimer que afectó a su madre y a su tía –”que era como otra madre para mí”, dijo, algo en lo que me vi reflejado-. Boyero, tan ácido a veces, transmutó en un ser adicto a la ternura cuando habló emocionado de “un alzhéimer dulce”, para referirse al que padecieron aquellas dos mujeres, que en su enfermedad, explicó, siguieron siendo muy buenas personas. “Eran dos ángeles, dos vegetales pasivos a los que la sonrisa nunca se les fue”, añadió. Pensé en las mías y en cómo mi tía consumió sus últimos días asida a una cama, consumiéndose como una vela, hasta apagarse del todo la llama con que nos iluminó en los días felices y también en los naufragios. Mi madre, su hermana, que emprendió el mismo camino hace más de año y medio, ya no recuerda mi nombre. Sin embargo, conserva la sonrisa cada vez que me ve entrar en su habitación. “Siéntate aquí que te vea”, me ordenó un domingo de la pasada Navidad, mientras los rayos de sol se colaban tibios por la ventana. Y añadió con voz queda: “Sería muy triste que me fuera y olvidara tu cara”.

Una vez leí un razonamiento, en algún sitio, que se me quedó grabado para siempre. No importa que te olviden, ni quién ni por qué; lo importante es que tú no olvides nunca a los que nunca te olvidaron, y mucho menos a aquellos que sí lo hicieron sin importarte sus porqués. Quizá ahí resida la clave de bóveda de muchas cosas.

[‘La Verdad’ de Murcia 11-5-2024]


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