Revista Cultura y Ocio

El extraño mercado electrónico de Hua Qiang Bei

Por Zogoibi @pabloacalvino

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Puede decirse que Hua Qiang Bei es el mercado electónico más grande del mundo y, desde luego, uno de los lugares más extraños y chocantes en los que he estado.

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Adentrándose en el pleno corazón de Shenzhen, en China, hay una calle llamada Hua Qiang Bei, que le presta su nombre al área circundante: un distrito de aproximadamente ciento cincuenta hectáreas, con un montón de grandes y desaliñados edificios de varias plantas, cada uno de ellos lleno, literalmente, de cientos de pequeñas tiendas, más bien como puestos de un mercado, que a su vez están repletos a rebosar de miles de componentes electrónicos, apilados en estantes o empaquetados en bolsas a reventar, bajo el usado vidrio de los mostradores, totalizando sin duda centenares de millones de unidades. Y todo esto compone una suerte de astroso mundo futurista, algo a mitad de camino entre Blade runner y Tron: una verdadera jungla enredada de silicio y germano, difícilmente descriptible tanto en su aspecto como en su atmósfera.

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Una vez que llegas a Hua Qiang Bei, probablemente tras viajar en metro durante varias leguas de inacabables túneles, enseguida tienes la sensación de que este es un sitio muy especial; y, si ya ha anochedido, puedes incluso pensarte como un Deckard siguiéndole a Zhora la pista de sus sintéticas escamas de serpiente, o quizá mejor un Roy sacándole información a algún chino diseñador de ojos: habrás de pasar junto a decenas de puestos con fluorescentes, donde se venden toda clase de comidas cuyos olores entremezclados se fusionan, a su vez, con el humo de los coches y de la descomunal maquinaria de obras; innumerables tiendas, una tras otra, atestadas con semiconductores NPN; una muchedumbre que entra o sale –como hormigas en un termitero– de cada uno de los grandes edificios que albergan el kernel Hua Qiang Bei: Segbuy, el gigante electrónico.

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Y, cuando tú mismo te conviertes en hormiga y entras, perderás toda noción del tiempo, de la orientación y quizá hasta de la realidad. Como si fuesen subterráneos, carentes de oquedad alguna que deje entrar la luz del exterior, cada edificio es un laberinto poco iluminado de compartimentos, estrechamente dispuestos, donde es teóricamente posible –si eres capaz de dirigirte al rincón adecuado– encontrar hasta el último componente de hardware que puedas necesitar; aunque mucho más probable será que te pierdas en este aparentemente caótico mundillo, entre humanoides que lo mismo están arreglando una placa con un soldador eléctrico que clasificando cables multicolores o ristras de diodos autoluminiscentes, o comprobando circuitos impresos con un polímetro; y todos ellos parecen por completo enfrascados en sus actividades, cuando no están almorzando noodles o soba en una esquina, echando un pitillo en un taburete o echando una cabezada sobre el mismo mostrador, en aparente indiferencia hacia cualquier cliente potencial e ignorando por completo lo que pueda estar ocurriendo a su alrededor.

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Este es, lector, el mercado electrónico de Hua Qiang Bei; algo entre desguace y fábrica; un lugar que puede superar la fantasía creativa de muchos guionistas de ciencia ficción. Lástima que mis torpes fotografías no puedan transmitir una idea de hasta qué punto este lugar puede parecer extraño. Espero que mis palabras lo hayan descrito mejor.

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