Revista Cultura y Ocio

El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese

Publicado el 21 enero 2014 por María Bertoni

El lobo de Wall Street, de Martin ScorseseAunque las salas porteñas la estrenaron casi tres semanas atrás, El lobo de Wall Street volvió a llamar la atención de nuestra prensa especializada cuando el jueves pasado la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas anunció la lista de films elegidos para competir en la próxima entrega de los Oscar. Por el revuelo que esta premiación causa todavía (incluso entre quienes declaramos nuestro hartazgo), las cinco nominaciones acordadas a la nueva película de Martin Scorsese despiertan o aumentan la curiosidad de los conciudadanos que aún no la vieron y respaldan el entusiasmo de aquéllos que sí lo hicimos y la disfrutamos.

La noticia alegra especialmente a los seguidores de Scorsese que nunca le perdonamos a la Academia de Hollywood la indiferencia expresada ante El rey de la comedia. Para estos espectadores, aquel largometraje de 1982 retrató con igual exceso y mordacidad la combinación de locura colectiva e individual que el culto al éxito provoca entre algunos aspirantes al american dream.

Desde este punto de vista, la naturaleza ficticia de Rupert Pupkin y la existencia real de Jordan Belfort constituyen una diferencia menor. Ambos encarnan la obsesión por escalar posición en una sociedad que premia al ganador y desprecia al perdedor. Ambos se salen con la suya aún cuando el sistema pretende (o simula) someterlos a un castigo ejemplar.

Tarde entonces llega el reconocimiento del jurado de Hollywood a este Scorsese más filoso y menos solemne que sus alter ego. Con perdón de la arbitrariedad inevitable en toda clasificación, vale señalar la convivencia con otros cuatro Martin(s): aquél interesado en desenterrar el pasado (cuando filma La edad de la inocencia y Pandillas de Nueva York), aquél otro atraído por ciertas figuras públicas (Cristo, Jake LaMotta, Howard Hughes, Elia Kazan), aquél obsesionado con el ejercicio de la violencia (en Taxi driver, Cabo de miedo, Casino, Los infiltrados), aquél siempre dispuesto a declarar su amor por el cine (con La invención de Hugo Cabret, A letter to Elia y con este ensayo periodístico).

El cinismo del Belfort de carne y huesto, autor del libro original que inspiró el guión escrito por Terence Winter, potencia el sarcasmo que Scorsese ya exhibió cuando retrató la ambición desmedida de Pupkin y la reacción del statu quo representado, en aquella ocasión, por el mundo de la televisión. El éxito a toda costa es el gran objetivo tanto para Rupert como para Jordan: se trata de la fama en el primer caso y del dinero en el segundo.

La coincidencia es tal que, como Pupkin en el largometraje de 1982, Belfort también sale de la cárcel y enseguida corona su victoria con la publicación de una autobiografía que tiene amplia repercusión mediática, en parte gracias a la adaptación de Winter y Scorsese. Una vez más, la realidad termina imitando a la ficción (a título ilustrativo y diferencias sustanciales al margen, vale recordar la característica premonitoria de Habemus Papam de Nanni Moretti).

En este marco, Leonardo DiCaprio consolida su condición de legítimo heredero de Robert De Niro. En efecto, ambos actores encontraron en la sociedad creativa con Martin una buena oportunidad para probar su ductilidad con el drama y la comedia. Eso sí, la Academia volvió a reaccionar distinto: nomina al sucesor por su interpretación de Jordan (quizás influyeron el Golden Globe acordado días antes y los elogios obtenidos con el Frank Abagnale Jr. de Atrápame si puedes); en cambio décadas atrás ignoró al ahora sucedido cuando compuso a Rupert.

El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese
El lobo de Wall Street también evoca el recuerdo de El color del dinero en la memoria de los admiradores de Scorsese. De hecho, aquel film de 1986 propone otro retrato de la ambición y de una competencia exacerbada, aún entre quienes fueron maestro (el Fast Eddie Felson de Paul Newman) y discípulo (el Vincent Lauria de Tom Cruise). Sin embargo, aquí el realizador lució menos su mirada sarcástica, tal vez porque la novela original de Walter Tevis no habrá admitido una adaptación corrosiva.

Antes que algún lector ponga el grito en el cielo, cabe aclarar que The wolf of Wall Street vale por mérito propio, más allá de las conexiones que podamos establecer con la filmografía de su director. El guión de Winter, las actuaciones de DiCaprio, Jonah Hill, Matthew McConaughey, la participación de Jean Dujardin, la sorpresa de reencontrarlo a Rob Reiner (aunque sea en un papel secundario) conforman las virtudes principales de una película que entretiene con inteligencia y con cierta invitación a la discusión ideológica y/o política. Sin estos aciertos, las tres horas exactas de duración resultarían insoportables.


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