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El triunfo del titiritero

Publicado el 18 octubre 2010 por Andres
El triunfo del titiriteroMe pregunto cómo fue posible que no me enamorara de la niña Jennifer Connelly. Ella tenía 14 años y su rostro ya era la perdición para la cámara. ¿Será porque la conocí a través de un televisor pequeño y a blanco y negro? No creo. La razón es que a los ocho años ninguna niña puede ser más fascinante que aquella galería de duendes jaraneros y esas escenografías de pesadilla del film favorito de mi infancia, “Laberinto” (1986).
Es cierto que, una vez más, se me antoja comentar una película simplemente por honrar aquella impresión que me dejó a una edad de total inocencia cinematográfica. Pero he de asegurarte, para que tu lectura valga la pena, que vista nuevamente con ojos que han presenciado muchas más películas que no dejaron huella alguna, “Laberinto” es sin duda un espectáculo formidable. Tanto así que no sería extraño que dentro de un tiempo se anuncie su remake, como ya sucedió sin éxito con “Furia de titanes”, otra de mis favoritas de aquella época. Y es que “Laberinto” también pertenece a aquel cine fantástico de alto presupuesto donde prácticamente todo era “hand-made”, es decir, fabricada por las manos callosas de ejércitos de decoradores, escultores y titiriteros. No como el cine fantástico de hoy, prodigio del cerebro electrónico y sus operarios de click certero. Aunque estoy siendo injusto con los artistas digitales, hay que reconocer que “Laberinto” te demuestra que el cine pre-digital no era menos ambicioso, sólo que en lugar de sentarse frente al computador para dar “vida” a esas ambiciones, ellos tenían que construirlas de “carne y hueso” con el arduo parto que ello implicaba.
El triunfo del titiritero“Laberinto” parte de la idea de conceder a una niña la realización de un deseo trivial, otro pensamiento vengativo de aquellos que abundan en las mentes febriles y crueles de los niños. Sarah es una niña, muy cerca de dejar de serlo, que todavía se sumerge en fantasías con embrujos y baile de máscaras. Una tarde la distraen de su embeleso (está tratando de memorizar unas líneas de un librito llamado “Laberinto”) para avisarle que deberá quedarse en casa a cuidar a su hermanito. Entonces Sarah refunfuña y recita, las leyó por ahí, las palabras mágicas para que los duendes se despachen otro bebe. Sarah no cree en realidad que vayan a servir, pero pronunciarlas bastó para que un mundo de marionetas fastidiosas tomara el control de la película.
Esa era la ambición de su director: hacer películas que fueran la liberación de los títeres. En los 50, Henson experimentó con shows de marionetas en la televisión norteamericana. Creó personajes con materiales más “expresivos” que la madera tallada, lo más común por entonces si eras un muñeco, mejoró la manera de manejarlos y se preocupó de que el movimiento de sus bocas coincidiera con las palabras que supuestamente pronunciaban. Con los años, su dominio de la marioneta televisiva lo llevó a tener un lugar preponderante en la famosa serie infantil “Plaza Sésamo”. Allí se ocupó de varios personajes, especialmente de Enrique (Ernie), el tontolín que amaba bañarse con su patito de goma. Interesado por llegar a un público más amplio, y no tan interesado en la higiene, inició la también archifamosa serie “The Muppet Show”. Allí su alter-ego, la rana René (Kermit), era el anfitrión y el más centrado de un elenco de muñecos impulsivos. Los muppets pronto llegarían al cine y una vez ahí Henson se plantearía el siguiente paso: un espectáculo donde las marionetas ya no sean representaciones de seres reales, con las concesiones de parte del público que esto implica, sino criaturas originales de mundos imaginarios. Su primer intento fue “The Dark Crystal” (1982), todo un desafío que no incluía ningún personaje humano sino una multitud de criaturas nacidas en el Departamento de Arte. Incluso Henson tuvo la ambición de que, para realismo absoluto, sus marionetas hablaran un idioma propio que sería traducido con subtítulos. Un focus group le hizo bajar de su nube. A pesar de que “Dark Crystal” fue un espectáculo de primera y que recibió buenas críticas, su éxito de taquilla no compensó del todo el esfuerzo y la inversión puesta en ella, pues su público objetivo estaba bastante distraído con la indiscutible favorita de aquel año y su única marioneta, “E.T.: The Extra-Terrestrial” (1982).
El triunfo del titiriteroPara su siguiente proyecto se propuso otro mundo paralelo pero esta vez gobernado por un humano famoso, que además ayude en atraer la taquilla. Y no se trató de cualquier actor, sino del más histriónico de los cantantes, David Bowie. ¿Quién más podría vestir mallas, ponerse otra peluca y ser el amo de una corte de muñecos grotescos que le llegan a las rodillas, y todo sin verse (demasiado) ridículo?
Bowie interpreta a Jareth, el rey de los duendes, que tiene en su poder al hermano de Sarah y no lo piensa soltar, seguramente para asegurarse alguna compañía humana, pues en su reino no hay ninguno que haya sido parido por madre. Sin embargo, hay una manera de recuperar el bebé. Sarah es desafiada a cruzar un laberinto y llegar al castillo de Jareth tanto sólo en 13 horas. Como los duendes no destacan por su juego limpio, Sarah tendrá todo en su contra. Cada bicho que se encuentre en el camino no hará más que desorientarla. Sólo el solitario Huggle, un enano curtido que parece tener cien años, será para Sarah una especie de Virgilio malhumorado y cobarde que sin querer la ayudará a sortear el laberinto. Durante el recorrido ocurre de todo y hasta las piedras mienten. Hay túneles de manos que forman rostros, aldabas que discuten entre sí, demonios enclenques que lanzan sus cabezas como pelotas, entre otras sorpresas. Este mundillo malicioso y caótico tal vez nos recuerde los cuadros alucinantes de El Bosco, aquel artista medieval que fantaseó con el infierno y otras pesadillas de su época. Otra inspiración declarada son los mundos imposibles de M. C. Escher, artista y matemático, experto en engañar la percepción.
El triunfo del titiriteroSi bien esta actuación de Bowie es más bien autoindulgente y su personaje no disimula que cambiaría sin pensarlo su trono por irse a vivir a un barrio fiestero de Londres, como él mismo ha reconocido, no se puede negar que aporta a la película cinco estupendas canciones perfectamente articuladas con la narración. En ningún otro rol actoral se había lucido tanto como cantante. Cuando Bowie hacía películas, los personajes a los que prestaba su rostro no solían ser convencionales. Hizo de extraterrestre que termina rindiéndose a los vicios humanos en “The Man Who Fell to Earth”(1976), posiblemente su mejor película; fue prisionero en el relato homoerótico de Nagisa Oshima, “Merry Christmas, Mr. Lawrence” (1983); fue Poncio Pilatos en “The Last Temptation of Christ” (1988), personificó a Andy Warhol en “Basquiat” (1996) y al misterioso científico Nikola Tesla en “The Prestige”(2006). Pero en ninguna cinta pudo, como en “Laberinto”, hacer esa combinación de música pop e histrionismo que le había funcionado tan bien sobre el escenario. Por lo que la banda sonora no tiene pierde con temas como “Underground” o la balada “As the World Falls Down".
El triunfo del titiriteroEl mensaje en “Laberinto”, ahora creo percibirlo, es paradójicamente el abandono de las fantasías infantiles. Jareth intenta convencer a Sarah que renuncie a su responsabilidad y acepte en cambio una burbuja donde podrá observar sus sueños. El mismo Jareth es además una especie de príncipe azul, un ser de ensueño que le ruega insistentemente que siga siendo una niña. Así que sortear el laberinto significa también despertar del último sueño de la infancia.
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