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Hieródulas: las prostitutas de los dioses

Publicado el 01 agosto 2018 por Redespress60

La religión y el culto a los dioses constituyó una parte fundamental de la vida en las antiguas sociedades Orientales. Los templos necesitaban mucho dinero y muchas manos para mantener su pompa y esplendor y de ahí surgió la figura de las Hieródulas, las prostitutas de los dioses…

Los griegos tenían la palabra “Hieródula”, que venia a significar tarea sagrada, va ligada al Neolítico a la fertilidad y procreación, según Heródoto, siglo V a.C., profesión de origen divino, con la misma categoría que la realeza o la justicia. Era sagrada, respetable, reyes y alta sociedad entregaban hijas para el culto de la diosa Inanna, Ishtar, Isis, Astarté y Afrodita, diosas del amor y de la fertilidad.

Hay que tener en cuenta que en la mayoría de las culturas antiguas, como Mesopotamia y en otros lugares como Siria, Fenicia y Asia Menor, la práctica del sexo no era vista como algo pecaminoso, sino que como un símbolo de fertilidad debido a la alta mortalidad de los infantes. Por ello, la diosa babilónica Ishtar, la deidad de la fertilidad, el amor, la belleza y la sexualidad, tenía a su disposición un grupo de sensuales y bellas sacerdotisas que practicaban las artes amatorias con un fin sagrado y cuyo nombre original se ha perdido, pero que todavía podemos reconocer gracias a la denominación que les dieron los griegos: hieródulas (que significa “esclavas del templo” o “esclavas sagradas”).

Hieródulas: las prostitutas de los dioses

La cópula sagrada

Los fieles que acudían a adorar a la diosa Ishtar y a rogar por sus cosechas o su ganado, debían tener contacto sexual con estas sacerdotisas como tributo a la diosa; aunque había todo un proceso y ritual que distinguía esa cópula sagrada de la destinada simplemente al placer. Tras  el encuentro sexual el visitante debía de dejar un tributo al templo. Con estos actos se aseguraba que la deidad bendeciría el ruego de los fieles con la abundancia. Por ese motivo las hieródulas fueron llamadas “prostitutas sagradas”.

Hieródulas o Hieródulos, eran mujeres y hombres dedicados a la entrega carnal y al servicio de un santuario dedicado a un dios. Eran personas libres que se entregaban voluntariamente a un templo, y el dinero que conseguía era para las arcas de su dios.

En la antigua Babilonia, gran cantidad de hieródulos eran presos de guerra que los reyes entregaban al servicio de los dioses (un tributo entregado, un favor concedido). También era costumbre entregar a los hijos varones durante un tiempo para servir como esclavo sagrado y a las hijas, para que sacrificasen su castidad como ofrenda a los dioses hasta el momento de contraer matrimonio. Esta costumbre de mujeres ofreciendo su castidad a los dioses era de origen antiguo en Oriente, y parece haber surgido de la noción de que los dioses debían tener los primeros frutos de cada cosa.

Las hieródulas, debido a su misma condición y naturaleza, al contrario que las prostitutas tradicionales, eran tenidas en gran estima y respeto en la sociedad de su tiempo. Sólo las más hermosas, devotas, íntegras e inteligentes eran aceptadas, aunque anualmente eran cientos las que trataban de ser admitidas. Y su entrenamiento se iniciaba desde muy temprana edad, pero sólo participaban en las ceremonias sexuales a partir de su primera menstruación, que se consideraba como la señal de que ya estaban listas.

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Las hieródulas en la Grecia Clásica

Las hieródulas pasaron pronto del Medio Oriente y Asia menor a la Grecia Clásica. Las hieródulas que se prostituían sólo se hallaban en Grecia relacionadas con el culto de divinidades de origen oriental. Este fue el caso de la diosa Afrodita, la diosa del amor, que según el mito nació de la espuma que se levantó del mar cuando el miembro viril de Urano fue amputado por Cronos, y que tenía en Corinto uno de los templos más visitados y hermosos de Grecia.

Las crónicas antiguas aseguran que en su templo de Corinto había cerca de un millar de hieródulas, que practicaban lo que algunos académicos definieron como prostitución religiosa o prostitución ritual. Las Hieródulas griegas no eran esclavas sino que mujeres libres, cuyo único nexo en común eran la belleza y la devoción por la Diosa Afrodita. Todas ellas se ofrecían libremente como siervas del templo, donde practicaban, entre otras numerosas actividades, el sexo como vehículo de trascendencia espiritual.

Fue la cultura griega quien más documentos dejó sobre la existencia de las ‘hetairas’ o prostitutas sagradas. Las prostitutas comunes eran llamadas pornai, de donde viene la palabra pornografía. A diferencia de las pornai, obligadas a usar las telas más burdas y a teñirse el pelo de ciertos colores (rojo, rubio o incluso azul, dependiendo de la ciudad), las hieródulas se vestían con los más finos ropajes (generalmente transparentes, para distinguirlas de las mujeres de familia) y usaban las más finas joyas. Así también, se codeaban con todos los grandes hombres: poetas, políticos, pensadores y artistas. En Grecia, tenían incluso potestad para intervenir en los asuntos del estado y tenían el privilegio de poder elegir a sus clientes. Se dice que incluso muchas muchachas escogieron el camino de la prostitución sagrada porque les permitía educarse, además de una serie de libertades que no tenían el resto de las mujeres.

Una de ellas, Aspasia de Mileto, fue amante de Pericles, tal vez el político más importante de la antigua Grecia, sobre quien ella tuvo gran influencia. Era, además, maestra de retórica y cronista. Muchos de los textos de los pensadores más importantes de su época la mencionan como una mujer admirada y poderosa. Así también se destaca Friné, famosa por su belleza y por su influencia en la vida cultural de Atenas, siendo la modelo favorita de Praxíteles, el más importante escultor de la antigüedad griega. Se dice de Friné que era tan bella que, cuando un amante celoso la condenó de irrespetar ciertos rituales sagrados y la llevaron a juicio, convenció a los jueces de liberarla quitándose la túnica y preguntando: “¿Están dispuestos ustedes a castigar a La Belleza?”. Los jueces la dejaron ir.

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Hetairas con poder

En Atenas las mujeres acomodadas no podían tener propiedades, ellas mismas eran propiedad de su marido, vivían recluidas en los gineceos y no se relacionaban socialmente con su esposo, demasiado ocupado con sus múltiples actividades sociales, políticas e intelectuales y lúdicas. Sin embargo, las sacerdotisas, podáin aspiar a ser mujeres con un poder indiscutible, dada la gran importancia de la religión en la vida griega. Las curanderas y las hieródulas eran, quizá, las únicas mujeres que gozaban de cierta libertad y estatus, al ser elementos fundamentales para esa vida de fiestas a la que tan aficionados eran los griegos. “Tenemos las hetairas para el placer; las concubinas para el uso diario y las esposas de nuestra misma clase para criar a los hijos y cuidar la casa”, decía Demóstenes con gran pragmatismo.

Las hetairas acompañaban a sus clientes a los lugares públicos y estos competían por conseguir a la hetaira más bella y famosa, pues su posesión era un signo de estatus indiscutible. Solían estar unidas a un solo amante durante meses e incluso años y los hombres les dedicaban atenciones que nunca hubieran soñado con brindar a sus esposas.

Pero no era solo sexo lo que las hetairas ofrecían a sus clientes. Eran cultas, algo poco habitual entre las mujeres griegas, educadas únicamente para atender las labores domésticas; eran indiscutibles árbitros de la moda; eran refinadas, sabían tocar instrumentos, hablar de política y filosofía, y, por supuesto, preparar las mejores fiestas en las que se bebía y se comía hasta la extenuación, se discutía de lo divino y lo humano, se cantaba, se escuchaba música y se dejaba vía libre a los instintos más primarios.

Es difícil para una persona del siglo XXI entender lo que podía significar en la sociedad griega el personaje de la hetaira, cuyo nombre, femenino de hetairos, “compañero”, ya muestra su condición especial. Algunas de las hetairas más famosas llegaron a alcanzar una posición social muy elevada, sobre todo en ciudades prósperas como Corinto o Atenas, tanto que el nombre de alguna de estas mujeres ha llegado hasta nuestros días por su talento, su belleza o su codicia. Es el caso, por ejemplo de Hoia, a quien sus clientes apodaban ‘Heléboro’ porque esta planta se creía remedio contra la locura, o Rodopis, esclava que, tras comprar su libertad, llegó a ser rica y famosa. O la pobre Lais de Hicara, que fue linchada por un grupo de esposas en el santuario de Afrodita.

Sobre las hetarias hay que decir que mejor haber sido una de estas mujeres en la democracia ateniense, que una simple esposa. La vida opaca de las damas griegas no les permitió nunca participar de una historia y una cultura que han sido, desde siempre y por todos considerada, una de las épocas más brillantes de la historia de la humanidad.

El orador y político ateniense Demóstenes en el juicio conta la hetaira Neera alegó:  ‘Tenemos a las heteras para el placer, a las concubinas para las necesidades diarias de nuestro cuerpo y a las esposas para que nos den hijos legítimos y sean fieles guardianas de nuestros hogares…’


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