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Los amores de Franz Kafka.

Publicado el 26 julio 2015 por Alguien @algundia_alguna

La compleja personalidad de Kafka queda reflejada en las intensas relaciones que mantuvo con las mujeres a lo largo de su vida. “Los amores de Franz Kafka” de Nahum N. Glatzer, publicado en 1986 y traducido por primera vez al castellano para Ediciones del Subsuelo recoge su apasionada relación con Felice Bauer, Grete Bloch, Julie Wohryzek, Milena Jesenská y Dora Dymant. Todas ellas fueron las destinatarias de unas cartas que hoy en día son reconocidas como muestra de su talento literario.

Los amores de Franz Kafka.
«Los amores de Franz Kafka». Nahum N. Glatzer. Trad. Roberto Vivero y Pilar Moure. Ediciones del Subsuelo, 2015.

Dos años antes de su muerte, Franz Kafka (1883-1924) confesó que nunca había conocido las palabras «te amo». ¿No supo el autor de «La metamorfosis» lo que era amar? Parece difícil si se piensa que estuvo comprometido tres veces (dos con la misma novia), con otra joven no se casó porque la boda no fue aceptada por el consejero espiritual de la familia de la chica, tuvo relaciones íntimas (y quizá incluso algún hijo) con varias mujeres y vivió episodios platónicos tanto en su juventud como en la última etapa de su vida. Puede que el problema estuviera más en su forma de entender el amor que en la incapacidad para mantener relaciones. Y su definición de amor, que explica su renuncia a pronunciar las palabras millones de veces repetidas en todo tiempo y lugar, tantas veces en vano –«te amo»–, es tan compleja y tortuosa como su literatura. Así lo explica Nahum N. Glatzer en «Los amores de Franz Kafka» (Ed. del Subsuelo), que acaba de ver la luz.

El currículum amoroso de Kafka no era pequeño, y el relato de sus experiencias revela una cierta dosis de desparpajo en algún momento. Por ejemplo, en su primera relación, que Glatzer detalla a partir de los diarios y los trabajos de sus biógrafos. Kafka tenía 20 años, era estudiante de Derecho y la chica trabajaba como empleada de una tienda de confección situada frente a su casa. Los dos jóvenes empezaron a hacerse señas: él desde la ventana de su cuarto, ella desde la puerta del establecimiento. Un día de verano quedaron a las ocho de la tarde. Cuando Kafka llegó, ella salía del brazo de otro joven camino de su casa. Sin embargo, le hizo una seña para que los siguiera. La pareja estuvo en una cervecería, y el futuro escritor se sentó en una mesa próxima; luego se encaminaron a la casa de ella y él la esperó en la calle hasta que salió. Entonces fueron a un hotel. La escena se repitió dos veces. Algo sucedió en aquella habitación, la chica hizo «una pequeñísima cosa repugnante» y dijo «una mínima obscenidad». Lo suficiente para que Kafka se alejara.

La relación más larga fue con Felice Bauer, pero antes hubo varias: de una nunca sabremos el nombre. Solo que coincidieron en Zuckmantel (Silesia), en los veranos de 1905 y 1906. «Ella era una mujer y yo un muchacho», escribió después, al confesar que «excepto en las cartas, nunca he tenido con Felice esa dulzura de la relación con una mujer amada que tuve en Zuckmantel y en Riva». La muchacha de Riva, un balneario junto al lago de Garda, era Gerti Wasner.

Los amores de Franz Kafka.

No hay más referencias a ambas, pero la comparación resulta terrible para Felice. Da igual que se rompiera el compromiso por dos veces y que Kafka apuntara que «el coito era el precio por estar juntos». Como se pregunta con 40 años: «¿Qué has hecho tú con el regalo del sexo? Ha fracasado, acabarán diciéndose. Eso es todo».

Entre la mujer de Zuckmantel y Felice hubo dos actrices llamadas Flora Klug y Mania Tschissik. Glatzer sugiere que fueron amores platónicos, pasiones agradables y pasajeras.

En cambio, lo de Gerti Wasner es más extraño porque la conoció en el verano de 1913… al tiempo que enviaba a Felice ardorosas cartas de amor. Ardorosas al estilo del autor de «La metamorfosis»; nada que ver con las que escribían Henry Miller a Anaïs Nin o James Joyce a Nora Barnacle. De todos modos, la relación de Kafka y Felice entró en crisis por la aparición de Gerti, y a la novia oficial se le ocurrió enviar a una intermediaria.

La enviada era Grete Bloch y realizó la encomienda con un entusiasmo ejemplar. Tanto que no pocos biógrafos sostienen que quedó embarazada y tuvo un hijo que moriría a los siete años, sin que Kafka llegara a saber de su existencia. Fuera así o no, Grete permaneció largo tiempo en la vida del escritor. Así, en julio de 1914, asistió a la ruptura del primer compromiso matrimonial con Felice (en la escena del hotel Askanischer Hof de Berlín que contó Elias Canetti en «El otro proceso de Kafka»).

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En la primavera de 1915, la joven estuvo de vacaciones en Suiza junto a Felice, la hermana de esta y Kafka. A finales de ese año, explica Glatzer, el escritor hace recuento de las relaciones con muchachas desde el verano y le salen «al menos seis». Sabemos que una se llamaba Fanny Reis y era alumna de su amigo Max Brod.

En julio de 1916, Felice y Kafka toman unas pequeñas vacaciones en Marienbad. Ocupan habitaciones contiguas. Falta aún un año para que contraigan por segunda vez un compromiso matrimonial que se rompió tras ser diagnosticada al escritor la tuberculosis que lo llevaría a la tumba. Muchas cosas habían cambiado para él, incluido su temor a formar una familia. Se lo decía a Julie Wohryzek, la muchacha judía con quien se comprometió por tercera vez y a quien explicó que nada le parecía «más deseable» que el matrimonio y los hijos. Kafka tenía entonces 36 años y hubo de soportar que su padre le sugiriera que si lo quería era sexo podía resolverlo yendo a un burdel. De ese comentario nace la “Carta al padre”, el testimonio más doloroso de la literatura universal.

Mientras la escribía conoció a Minze Eisner, una muchacha de 18 años que convalecía de una larga enfermedad. Fue casi una relación paterno-filial. «Nadie derrocha la vida, la vida lo derrocha a uno», le escribió.

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En esos años finales apareció en escena Milena Jesenská, su traductora al checo, una joven moderna, progresista… y casada, que terminó por convertirse en propagandista de su obra. A ella le escribe cartas levemente eróticas: «Amo el mundo entero, lo que incluye (…) el reposar sobre tu pecho casi desnudo. Y por eso tienes razón al decirme que ya una vez fuimos uno».

Dora Dymant fue la última. Si no se casaron fue porque lo desaconsejó el rabino al que el padre de la muchacha consultó sobre el enlace. Kafka, devorado por la enfermedad, vivió junto a ella momentos de felicidad hasta entonces desconocidos. Quizá en esos meses postreros, tras haber escrito tanto sobre ello – pese a ser un escritor carente de todo romanticismo en el sentido clásico – entendió lo que era el amor.

El amor según Franz Kafka. Texto: César Coca. Publicado en El Correo. Territorios. 04.07.2015.


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