Revista América Latina

Mejores Películas del Cine Mexicano

Publicado el 11 septiembre 2011 por Atticus

5.- Una Familia de tantas (Alejandro Galindo, 1949)
Melodrama familiar. María del Refugio o Maru (Martha Roth) es la protagonista de la historia quien está contenta por acercarse su fiesta de quince años, pero más allá de una fiesta lo importante es que ella llega a entender que deja de ser una niña para convertirse en una mujer. Desde un inicio Don Rodrigo (Fernando Soler) muestra la preferencia y machismo al darle un lugar privilegiado a su hijo mayor Héctor (Felipe de Alba), exigiéndole al mismo hijo que se dé a respetar y que imponga su ley como el fuerte de la familia. Por otra parte, Estela (Isabel del Puerto) la hija mayor, trabaja en un despacho con su tío y ya cuenta con una relación de novios autorizado por el padre y supervisado por la madre de una manera muy estricta. Le siguen entonces a Maru sus pequeños hermanos Lupita (Alma Delia Fuentes) y el pequeño Ángel (Manuel de la Vega Jr). ¡Ah! y la nana de la familia Guadalupe (Enriqueta Meza), que mas que servidumbre llegar a ser la Celestina de esta historia.
Un buen día, Roberto del Fierro (David Silva) entra como todo vendedor a ofrecer una aspiradora a la casa de la familia Cataño, y quien abre la puerta es Maru que mas que sorprendida y apurada por haber dejado entrar a un extraño a la casa, es llevada por la labia y convencimiento a que compre el electrodoméstico. Ella explica que la última decisión la tiene su padre, así que le pide que vuelva en la noche para que hable con él. El poder de convencimiento de Roberto logra vender y generar una buena impresión a Don Rodrigo y la admiración de Maru, ya que alguien tan inquebrantable y fuerte como su padre había sido vencido por un joven vendedor.
Mientras tanto, Héctor recibe beneficios y libertades alcahueteadas por el papá y lo llevan a la clásica situación embarazosa; el padre obliga entonces a su hijo a responder como hombre orillándolo a cortar sus aspiraciones como contador y termina siendo un flojo, desobligado y sin aspiraciones. Por otra parte, Estela mantiene una acalorada relación con su novio, quien a hurtadillas antes de llegar a casa le roba siempre un beso apasionado, al que con renuencia ella siempre termina cediendo. Un accidente con Angelito en la aspiradora obliga por urgencia que tanto Maru y la sirvienta Guadalupe llamen a Roberto para que los auxilie en dicho accidente, siendo así el inicio de una hermosa relación. Todas las noches a las 7pm Maru sale por el pan, y en quince minutos entablan una relación de confianza y consejo.
Llegada la fiesta de quince años, el padre tradicionalista obliga a su hija a que entable una relación con Ricardo su sobrino (Carlos Riquelme), al considerarlo como parte de su familia y de posición adinerada, esto pone en aprietos a Maru al no autorizar que Roberto asistiera a su fiesta. Héctor se encuentra entonces tirado a la flojera, con su mujer y bebe viendo con sus padres, siendo entonces la decepción de ellos. De manera inesperada Estela entra corriendo a su casa buscando esconderse de las garras de su padre, ya que fue sorprendida besándose con su novio. Don Rodrigo con una actitud despiadada golpea a puño limpio a su hija dejándola casi inconsciente en su recamara y tirada en el piso, por considerar el haber deshonrado el honor de la familia. Tuvo que pasar la noche para que ella huyera y dejara la casa sin despedirse. Maru al ver la situación y el miedo que genera su padre al ser amenazada y que tome como ejemplo de su hermana, decide enviar una carta a Roberto con la sirvienta diciendo que es imposible que se sigan viendo. Roberto no accede a la petición y como compinche la sirvienta accede a seguir el plan preparado por este, siendo así que a la tarde siguiente aparece un refrigerador en la sala y causando el molestar de Don Rodrigo y esperando la hora definida de las 9pm para devolver dicho aparato.
La hora llega y en la sala esperan Don Rodrigo, Doña Gracia (Eugenia Galindo), el primo Ricardo cortejando a Maru y suena la puerta; Roberto con su habilidad logra vender el refrigerador, para sorpresa y enojo de Maru vende otra pieza a Ricardo para que comiencen a equipar la casa de la futura pareja. Maru rompe en llanto diciendo a su padre que la entienda, que ella no quiere a Ricardo, su padre le exige que debe reconsiderar su actitud al ver que es la persona correcta para casarse. Maru está enojada y decepcionada, pues su única ilusión había sido cortada con la actitud de Roberto. Este cita a Maru por medio de la sirvienta a verse al ir al pan y platicar. Maru está renuente a salir, pero la orden del padre obliga a que salga a la panadería.
Roberto la aborda y ella con actitud de desprecio reclama del porque fue causa de burla al exponerla de esa manera con Ricardo al ofrecer un refrigerador a la nueva feliz pareja. Pero Roberto tiene razón al actuar así, ya que justifica que no debe tener miedo a su padre y ser valiente. Que puede esperar de ella como pareja cuando tiene miedo hasta de que se pueda comer una campechana de la bolsa porque los panes “están contados”. Maru abre los ojos y en un momento de valentía pide a Roberto que hable con su padre para formalizar su relación, entran a la casa y Roberto con ese valor y aplomo pide la mano de Maru. El padre molesto corre a Roberto no sin antes él decirle que vendrá por su hija para casarse con o sin su consentimiento...
La segunda mitad de la década de los cuarenta representó, por los menos para los sectores más favorecidos de la sociedad mexicana, la época en que nuestro país ingresó a una modernidad caracterizada por un estilo de vida fuertemente influenciado por costumbres y hábitos de consumo importados de los Estados Unidos. El fenómeno no era nada nuevo. Medio siglo antes, México dirigía su mirada hacia Francia, país en el que muchos compatriotas -incluido el presidente Díaz- encontraron la inspiración necesaria para intentar convertir a México en una nación moderna y pujante.
Lo diferente radicaba en el énfasis, además de la cercanía geográfica. Mientras que el mexicano afrancesado de principios de siglo lograba combinar sus valores tradicionales -heredados de la mezcla cultural hispano-mexicana- con el refinado vanguardismo francés, la modernidad de la postguerra rompía tajantemente con las tradiciones más enraizadas de la cultura mexicana. La modernidad francesa era católica, latina y elegante. La modernidad americana era protestante, sajona y vulgar. Lo cierto es que México cambiaba más rápidamente que su gente. La capital llegaba al millón de habitantes y la nación ya no era gobernado por militares. La clase media crecía y los aparatos electrodomésticos comenzaban a invadir los hogares mexicanos, prometiendo a las sufridas amas de casa una liberación nunca antes soñada.
Dirigida y escrita por Alejandro Galindo, Una Familia de Tantas es uno de los mejores retratos fílmicos de esta etapa de cambios sociales en México, que cuenta como un estricto y severo padre lleva a la desintegración de su familia creyendo que con un régimen autoritario y la rigurosa exaltación de valores la llevará por el buen camino. Melodrama sin concesiones, Una Familia de Tantas es una de las pocas cintas de la época de oro que se mantienen vigentes hasta nuestros días, pues sin duda todavía hay en México muchas Marus enfrentadas a la intolerancia de otros tantos Rodrigos Cataño, empeñados en añorar unos tiempos "menos modernos" que los que vivimos.
La cinta fue ganadora en 1950 de 6 premios Ariel, incluyendo Mejor Película, Mejor Director, Mejor Adaptación (Alejandro Galindo), Mejor Coactuación Femenina (Martha Roth), Mejor Papel de Cuadro Femenino (Enriqueta Reza) y Mejor Escenografía (Gunther Gerszo). Consiguió otras nominaciones por Mejor Argumento Original (Alejandro Galindo) y Mejor Coactuación Femenina (Eugenia Galindo).
6.- Nazarín (Luis Buñuel, 1959)
Drama religioso. En el México de principios del siglo veinte, el humilde cura Nazario (Francisco Rabal) comparte su pobreza con los necesitados que habitan alrededor del mesón de Chanfa (Ofelia Guilmain), frecuentado por prostitutas, ladrones, truhanes y proxenetas. Es un devoto de la ideología católica, y la lleva a cabo tal cual dice la Biblia que debe ser. O sea: la caridad y el bien a todos sin mirar a quien. Esta caridad que lleva a cabo en su misión evangelizadora lo mete y acarrea problemas al más, porque la gente no lo ven como a un santo, sino como a alguien del que se pueden aprovechar por su “tonta caridad”. A ojos de sus superiores eclesiásticos compromete con ello su dignidad sacerdotal. Tan es así, que el Padre Nazario, al ayudar a una prostituta que se esconde en su hogar por haber asesinado a alguien, se ve obligado a huir de su morada por verse incriminado en dicho crimen al ayudarla. Sus pasos son seguidos por la prostituta que ayudó, llamada Andara (Rita Macedo), y por Beatriz (Marga López), una mujer bondadosa y despechada que ha decidido abandonar a su amante (Noé Murayama) porque la quiere prostituir.
Más adelante, él y sus acompañantes atienden en un pueblo a unos apestados, abandonados a su suerte por sus convecinos, arriesgándose sin miedo al contagio. Las gentes se agolpan alrededor de él y solicitan su ayuda llenas de esperanza. En otro pueblo se le pide que cure a un niño enfermo, porque las mujeres le tienen por un santo. Poco a poco se va asustando de que se le venere de esa manera. No es un santo, es sólo una buena persona. De modo totalmente forzoso, resulta cada vez más una víctima de aquellos que desean recibir su ayuda. Un capricho del destino le lleva a la cárcel, donde se ve rodeado de un grupo de presos que le hacen blanco de burlas. Hacia el final de la película, la situación ha llegado a tal punto que cada vez se exigen de Nazarín nuevos sacrificios y sufrimientos y que él, llevado de su modo de pensar consecuente y rectilíneo, considera naturales. Pero el padre Nazarín está cansado. No quiere sufrir más. No ve la interacción entre el bien y el mal, no quiere verla. Él ya no puede renunciar a su modo de vida, aunque tampoco su alma asimila esas contradicciones. La vida y los hombres le condenan al sufrimiento y a la soledad, pues él no admite compromisos. Al final, se convierte en un mártir. Esta analogía va implícita en el simbólico final, y hace de la película una especie de parábola…
Nazarín significó el primer encuentro entre dos grandes españoles: por un lado Buñuel, el cineasta más importante de habla hispana; por el otro, Benito Pérez Galdós, el más grande novelista español después de Cervantes. El proyecto rondaba por la cabeza de Buñuel desde 1948, cuando el director trabajaba en la adaptación de Doña Perfecta, otra obra de Pérez Galdós de la cual Buñuel poseía los derechos.
Una triquiñuela del productor Francisco Cabrera dejó a Buñuel sin la oportunidad de filmar Doña Perfecta (1950), la cual terminó siendo dirigida por Alejandro Galindo. Tuvieron que pasar diez años, para que Buñuel tuviese de nuevo la oportunidad de llevar a la pantalla su particular visión del universo galdosiano. Junto al guionista Julio Alejandro, Buñuel adaptó la novela homónima, contando con la participación de Emilio Carballido en la supervisión de diálogos. Además, la película significó la primera y única colaboración de Buñuel con el famoso productor independiente Manuel Barbachano Ponce, quien logró importantes aportaciones al cine mexicano, manteniéndose siempre al margen de la anquilosada industria oficial, la cual comenzaba a presentar serios problemas de burocratismo y cerrazón sindical.
Ubicada en el México del porfiriato, Nazarín fue criticada en un principio por no apegarse al contexto mexicano de principios de siglo veinte. "Eso no me importa mucho" decía Buñuel. "Si no es México ni España, es un país posible el que muestro en la película. Aparte de que ustedes saben que en muchos detalles -si no en esos, precisamente, sí en otros- México es muy español. Lo es y no lo es, eso lo hace más interesante."
Nazarín contiene varias de las más inquietantes y enigmáticas imágenes de la filmografía buñueliana. El Cristo que ríe, la niña que llora arrastrando una sábana por una calle vacía, el beso que se convierte en mordisco o la mujer entregando una piña al protagonista se han convertido en tema de inumerables discusiones en las que Buñuel, divertido, siempre se negó a participar. "A mí me intrigan tanto como a ustedes" decía. "No hay teorías ni metafísicas en mis películas."
Paco Rabal, con quien Buñuel trabaja aquí en la primera de sus tres colaboraciones, está extraordinario en la construcción de "Nazarín", un personaje que va sufriendo lentamente una metamorfosis interna y a quien los golpes van transformando minuto a minuto. Tiene la profunda habilidad de exteriorizar ese proceso interior con procedimientos actorales de un enorme nivel. Pero las excelencias del trabajo interpretativo hay que repartirlas. Marga López, Rita Macedo, Ignacio López Tarso, Ofelia Gulimain, y todo el conjunto, hacen un trabajo irreprochable, que demuestra, además, que Buñuel era ya un magnífico director de actores y que sabía transmitir lo que quería también en este territorio.
Marga López recuerda de su director: “Fue curioso trabajar con Luis Buñuel, era muy contradictorio. Hicimos una escena donde a me viene un ataque de locura. A mí me había gustado la primera toma, pero él quiso que se repitiera varias veces más; en la última, me dijo que hiciera una risa como si hubiera contado un chiste; así lo hice, pero no me gusto. Me pregunto que cual era la que más me había gustado, y yo le dije que la primera, y solo por eso dejo la ultima. Le gustaba preguntar siempre, pero al final de cuentas hacia lo que quería”.
La fotografía es de Gabriel Figueroa, y en el libro de "Prohibido asomarse al interior" (de José de la Colina y Tomás Pérez Turrent), saltan también anécdotas de la entrevista que ambos sostuvieron con Luis Buñuel: Cuando filmaban en el pueblo de la peste, Gabriel Figueroa no podía dejar de notar las grandes oportunidades paisajistas con las que le metía goles tremendos a otros directores para retratar sus nubes y contrastarlas en el laboratorio. En una ocasión, Figueroa encuadró la cámara apuntando justo hacia los volcanes, el horizonte y las nubes aborregadas. Hermoso paisaje. Pero Buñuel simplemente giró la cámara hacia otro lado y durante todos los exteriores no hubo una sola concesión a las tomas típicas de Figueroa. El propósito era distinto, todo el tiempo se acusa una austeridad que corresponde más al personaje que a la probable belleza que se pudiera encontrar en las locaciones, o la aridez de otras secuencias. No hay nada preciosista, sino una sencillez de puesta en cámara y el seguimiento del quijotesco sacerdote que choca con sus convicciones religiosas contra una pasmosa realidad, caótica y hostil.
Nazarín es una película que ha ganado con el paso de los años, pero que desde el primer momento estremeció (John Houston no paró de llamar a Cannes para que la seleccionaran), ganando el Premio Internacional del Jurado, además de haber sido nominada a la Palma de Oro. Como anécdota, estuvo a punto de ganar el premio de la Oficina Católica; le salvó su respuesta: “Gracias a Dios, todavía soy ateo”.
7.- Él (Luis Buñuel, 1952)
Drama psicológico. Francisco Galván de Montemayor (Arturo de Córdova), un hombre adinerado de apariencia tranquila, conservador, religioso y virgen, como cada Jueves Santo asiste a la ceremonia del mandatum, el lavatorio de pies que el sacerdote efectúa con singular delectación. Al ver los sensuales pies de una joven sentada en primera fila se queda prendado de su serena belleza. Francisco logra averiguar que la mujer de sus sueños se llama Gloria (Delia Garcés) y va a contraer matrimonio con un amigo suyo de la infancia, el ingeniero Raúl Conde (Luis Beristáin). Tras invitarlos a una fiesta en su mansión, conquista a Gloria y se casa con ella. A partir de la misma noche de bodas, los celos lo transforman en un ser obsesivo y paranoico, que sólo ve el asesinato y la mutilación como una solución a su locura…

Basada en la novela parcialmente autobiográfica de la escritora Mercedes Pinto -madre de los actores Pituka de Foronda, Rubén y Gustavo Rojo- Él presenta, con grandes dosis de humor negro, el retrato de la descomposición emocional de un hombre paranoico y los desastrosos efectos que sus celos provocan en las personas que lo rodean. El guión lo firman Luis Buñuel y Luis Alcoriza, con fotografía del siempre genial Gabriel Figueroa, y en su única colaboración con Buñuel, Arturo de Córdova logra en Él una de las mejores actuaciones de su carrera, dando vida a “Francisco”, un personaje representativo de la locura y la paranoia, que va en ascenso mientras avanza el film. Sí, “Francisco” está bastante loco, pero eso lo vamos descubriendo de a poco, con sorpresa y algo de miedo. Arturo de Córdova, quien representó en muchas ocasiones, personajes atormentados y en permanente conflicto consigo mismos -La Diosa Arrodillada (1947), El Pecador (1964), Dios se lo Pague (1947), El Conde de Montecristo (1941)- construye su actuación a partir de pequeños detalles que caracterizan la neurosis de su personaje. Detalles que, sin duda, brinda la dirección de Luis Buñuel, quien disfrutaba mucho con la simbología en su cine, jugando con detalles que pueden parecer nimios, pero que constituyen en ínfimas porciones, la totalidad de la personalidad enferma de nuestro protagonista. Su personaje incorpora una serie de gestos y comportamientos propios del director, especialmente su modo de caminar, lo cual convierte a la película en una de las más reveladoras sobre la personalidad del genial aragonés.
"Quizá es la película donde más he puesto yo. Hay algo de mí en el protagonista." Buñuel habla así de Él, uno de sus filmes favoritos y uno de los mejores de su etapa mexicana. La afición de Buñuel por el estudio de los insectos se manifiesta en diferentes momentos de la película. Él puede verse como el estudio entomológico de una personalidad patológica, como si Buñuel observara a Francisco a través de un microscopio. El mismo personaje hace alusión a esto cuando, desde lo alto de un campanario, compara a la gente que ve desde allí con hormigas y añade: "Me gustaría ser Dios, para aplastarlos..."
Hablando en términos técnicos, Él es una de las películas con mejor factura de las que Buñuel filmó en México. La espléndida escenografía art nouveau de Edward Fitzgerald y el elegante manejo de cámara de Buñuel imprimen a la cinta un carácter onírico e inquietante. Considerada hoy como una de las diez mejores películas del cine mexicano de todos los tiempos, Él no fue bien recibida por el público en su estreno. "Nunca tuve problemas con la censura. El único problema es que al ser estrenada la película fue un fracaso. Si duró tres semanas en la sala, se debió al nombre de Arturo de Córdova, que tenía mucho cartel."
Revalorada por la crítica y el público, Él es una de las películas que más renombre tiene entre la filmografía buñueliana. El propio Luis Buñuel confesó que Él era una de sus obras preferidas, una película considerada como la mejor de las que filmó en México y que figura entre las diez mejores películas mexicanas de todos los tiempos. Incluso, afirmaba Buñuel, la película es célebre entre los médicos, quienes la exhiben en las clases de psiquiatría para ilustrar los casos de paranoia, compitió en el Festival de Cannes (estuvo nominada al Gran Premio del Festival en 1953), y fue elogiada por el mismísimo François Truffaut.


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