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«Memoria de un piano» – Bere L.M

Publicado el 02 mayo 2024 por Desdemipropialuna @MiPropiaLuna
«Memoria de un piano» – Bere L.M

Estudiante y proyecto de escritora.
  
Es una joven soñadora. Estudiante del Instituto Aberdeen de Ciudad de México. Como verán en el relato, es una niña tocada por la magía de Arte y ya no quiere abandonarlo. Aquí presenta su primer relato del que solo espero (y me comprometo) a que no sea el último.

  A Bere la conocí en noviembre de 2022. Yo estaba de gira por México presentando la versión juvenil de mi novela «Las tres reinas». Como en años anteriores, impartí una conferencia a los alumnos del Instituto Aberdeen de Ciudad de México. Acabada la conferencia, la Jefa de Estudios me la presentó, dado el especial interés que había mostrado en escribir y que no se le había escapado a sus profesores. De todos es sabido mi reticencia a adoptar discípulos. Pero, el brillo en los ojos que le ví ese día y la forma en que me contaba sus sueños, me recordó a mí mismo cuando soñaba con hacer mis primeras películas. No supe (ni quise) decir que no y le prometí que trabajaríamos juntos en algún proyecto
Hoy me siento orgulloso de ella y feliz de publicar este relato en el que ha trabajado mucho. Sus 14 añitos le dan más valor a este escrito. Valoro que en este año ha aprendido cosas esenciales: a escuchar y mejorar a partir de lo que le he podido aportar, a entender que el secreto de un buen texto es leerlo muchas veces y matizar y, sobre todo; que si luchas mucho por tus sueños, con el tiempo se cumplen. Parafraseándola a ella diré que parecía una locura el que trabajáramos juntos… pero esa locura nos mantuvo cuerdos a los dos.

Segundo relato que publico en este blog, escrito por Bere L.M
Sigue mejorando, y más que lo tiene que hacer, pero me encantan
todas esas cosas que tiene en la cabeza y la sensibilidad para contarlas.

«Memoria de un piano» – Bere L.M

Relato «Memorias de un piano» de Bere L.M

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Relato «Memorias de un piano» de Bere L.M

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Memoria de un piano

  Un pianista de edad avanzada acomodó sus partituras y comenzó a dar su recital, cerró los ojos y empezó a recordar.

  Frederic corría por los pasillos de la Ópera de Garnier, deseando no llegar tarde al trabajo que tanto le había costado conseguir. Sus pies iban rápido hasta que se detuvieron en un gran salón de ballet, y en una esquina se encontraba un piano. Frederic tocó la puerta entreabierta temblando. Dos mujeres voltearon al escucharlo. Una de ellas era grande, su cabello negro tenía unas vistosas canas y sus rodillas estaban gastadas; y a su derecha una joven alta de cabello café, en perfecta salud, con sus zapatillas en mano.

  La mujer mayor se acercó con mirada severa al muchacho.
  —Tarde, de nuevo. —el joven tragó saliva sin decir nada— que sea la última vez, hay más pianistas esperando esta oportunidad.

  Mientras Frederic se dejaba llevar por los ríos de los pentagramas y en las teclas del piano, dejando sus dedos tan ligeros como una pluma, la muchacha bailaba por toda la habitación, al compás de cada tecla. Cuando la pieza terminó, la señora aplaudió por unos breves segundos para después empezar a hablar con la joven.  Frederic empezaba a guardar sus partituras en su portafolio, esperando el momento indicado de acercarse a la talentosa bailarina, con la que tanto había practicado su presentación, pero sin embargo no tenía el gusto de intercambiar palabras.
  —Buena práctica— le expresó— perdona por llegar tarde, no es usual en mí. La joven solo lo miró, sin decir ni una palabra.
  —No hay problema, pero no lo vuelvas a hacer, tienes que ser puntual para empezar a trabajar profesionalmente— se quedó unos segundos en silencio para volver a hablar— soy Claire. Hasta ahora, ha sido un gusto trabajar contigo.
  —Un gusto Claire, soy Frederic— Claire asintió con la cabeza y dejó el salón.

  Frederic caminaba por las calles de la vieja París, viendo como todos los faros comenzaban a iluminarse dejando ver la hermosa ciudad. Sus zapatos estaban gastados y su saco tenía muchas pelusas por el tiempo que llevaba usándolo. No era pobre, fue a una gran escuela de música y se graduó con honores, pero siendo un músico principiante no había muchas formas de sacar el dinero suficiente para un saco nuevo y, mucho menos para un piano, así que se tenía que conformar con el viejo piano de su niñez, con algunas teclas amarillentas y los pedales flojos.

  Llegando a su casa práctico una y otra vez la pieza de Claire, no quería fallar en frente de tantas personas. Para él tocar el piano no era un trabajo porque lo disfrutaba, y también estaba encantado que le pagaran por hacer lo que le gusta, sentía que una vez que sus dedos tocaban aquellas blancas y negras teclas no había nada que lo parara, como si solo fuera él y la música en un lugar vacío. “Desearía que el momento durara para siempre” pensaba cada que la partitura se quedaba sin notas y el silencio lo inundaba.

  Al día siguiente se encargó de llegar temprano, el desayuno lo dejó a un lado para no defraudar a Claire. 

  Cuando pisó la habitación pudo ver que la bailarina ya había llegado, ella no parecía cansada ni agotada a pesar del arduo trabajo que ha estado haciendo por más de un mes, hacía parecer que su mente era de acero, al igual que su cuerpo que siempre estaba derecho y sin relajar ningún músculo. El joven respetaba su disciplina.
  —Mi maestra no va a estar hoy— anunció Claire, dejando a Frederic totalmente helado, ¿ahora cómo iba a saber cuándo parar para que Claire corrigiera e iniciara de nuevo?, se preguntaba a sí mismo. Es muy raro que el pianista vea el baile, siempre está de espaldas confiando en que lo está haciendo bien. No reprochó ni hizo preguntas, sólo se sentó y empezó la pieza.

  Después de muchas horas de práctica a Frederic le dolían las muñecas y tenía los dedos entumidos, deseaba que Claire dejara de querer bailar por unos minutos, así que apenado y con mucho cansancio dijo.
  —¿No quiere descansar un rato?— preguntó parando de tocar dejando a la bailarina en pleno baile.
  —No estoy para descansar, tenemos solo unas pocas semanas para esto, un sinfín de gente nos verá, nuestras carreras dependen de esto, no fallaré y tampoco dejaré que hagas el ridículo— Claire le contestó de tal forma que Frederic se volvía a poner en posición para empezar la pieza de nuevo— pero tienes razón, necesitamos parar.

  Después de declarar el descanso se fue a una esquina a sentarse y secar el sudor de su frente, el joven se levantó, arregló su saco para dirigirse a donde estaba Claire. Hablaron de temas variados, conociéndose más, supo porque la joven era bailarina y él le contó porque era pianista, hubo varias risas y mucha plática hasta que terminó la hora de ensayo, Frederic le ofreció caminar, ella aceptó.

  Mientras caminaban, charlaban y mientras charlaban se dieron cuenta de que la tarde había desaparecido al igual que el sol. Fueron caminando hasta la casa de la bailarina.
  —Muchas gracias por hoy, Frederic— sonrío— espero que sea más frecuente.

  Los días pasaban, al igual que las prácticas, la confianza entre los dos iba tomando forma pacientemente, después de los ensayos salían a caminar por las largas calles de la ciudad. Frederic quedó encantado poco a poco con la persona que era Claire.

  En una de las comunes caminatas nocturnas Frederic la dirigió a la Ópera de Garnier, lo que confundió a Claire.
  —¿Qué hacemos aquí?— preguntó— es el lugar de donde partimos.
  —Lo sé.

  Frederic entró sin preocupación alguna, Claire lo seguía sin saber qué decirle, pensaba que el pobre chico se había desorientado, o estaba muy confundido por el cansancio. En unos minutos se encontraban en un gran escenario, justo en el que harían su presentación en una semana, era el gran debut del pianista.

  Frederic se sentó en el banco del piano y comenzó con una hermosa pieza que llevaba practicando desde hace un tiempo. Claire, a pesar de no tener sus zapatillas empezó a dar pasos por todo el escenario, sin ninguna coreografía marcada, solo eran ellos dos y la música. Todo parecía desaparecer, no estaba consciente de lo que estaba haciendo al igual que el joven pianista que estaba completamente en las nubes, no veía solo a las notas del piano, sino también a aquella bailarina, rompiendo la regla fundamental entre músico y bailarín. Los dos eran tan apasionados en lo que hacían que se olvidaban de todo y de todos, menos de ellos, eran solo dos almas unidas por un piano, la música parecía incluso más fuerte que las simples palabras o la tinta que puede ser usada en una carta. Ambos se sentían completos, se sentían unidos, como si un largo hilo los estuviera amarrando fuertemente al otro de una manera que los dos no podían evitar. Frederic tocaba y Claire bailaba, era una combinación totalmente perfecta, cuando el pianista dio su última nota la bailarina dejó caer su peso lentamente en el piso dando el final a su espectáculo. Frederic giró hacia ella y Claire lo miró a los ojos, los dos tenían una sonrisa. Claire se levantó y fue hacia él, haciendo que el joven se levantara de su asiento, la bailarina se fue acercando lentamente para darle un abrazo.
  —¡Fue divertido!— exclamó Frederic.
  —Sí, lo fue— Claire se separó y caminó de nuevo para salir del escenario, el joven nervioso tomó su mano, pero ella simplemente la soltó cuidadosamente, le dio una pequeña sonrisa y se fue.

  Pasó una semana y ninguno comentó lo sucedido, Frederic le quería decir con tantas fuerzas lo que él estaba empezando a sentir, pero nunca se armó de valor.

  Todos estaban emocionados, faltaba solo una noche para que la presentación, que con tanto esfuerzo habían armado, fuera vista por el público. Al finalizar el último ensayo Claire fue con prisa a los pisos más bajos de la Ópera, Frederic armado de valor la siguió con la intención de decirle todo lo que había sentido esa noche en el escenario, entró a un largo pasillo siguiendo el camino de la chica cuando por fin se detuvo, solo para ver como aquella bailarina se inclinaba a ver una pintura de un joven con mirada risueña, vio como sus ojos se conectaban y el pintor aún con pincel en mano la besó. Se quedó helado, retrocediendo lentamente en silencio para no hacer ningún ruido.

  Las luces del teatro se prendieron, dejando ver a una bella bailarina, su atuendo blanco con dorado a la luz de los reflectores hacía que brillara y sus zapatillas daban la impresión de que estaba volando por el escenario. Su postura firme seguía los pasos a la perfección. En la esquina de aquel espacio se hallaba el apasionado pianista, con sus dedos delgados haciendo sonar aquel glorioso instrumento, movía su cabeza lado a lado y su espalda parecía estar hecha de mármol, en ningún momento rompía su figura. Cada nota era perfecta. Al terminar la canción los aplausos retumbaban en todos los espacios, gente silbando emocionada y las flores cayendo en los pies de la bailarina, la cual gustosa recogía cada una saliendo con una sonrisa del escenario, el pianista solo se levantó, dio las gracias, puso su más sincera sonrisa y se retiró.

  Cuando las luces se apagaron y la gente dejó sus asientos, el joven se fue a casa dejando un lado la gran fiesta de celebración a un lado, no le importaban los aplausos, o las congratulaciones, solo quería pasar tiempo con su piano.

  Frederic prendió una vela y la puso en una mesita para poder ver, al menos, unas cuantas notas del pentagrama. Fluyó, como un río de emociones y sensaciones, las teclas a veces sonaban fuertes y otras ligeras, los acordes podían ser estruendosos como una tormenta o clamados como las pequeñas gotas de lluvia que se resbalaban en su ventana, así como sus lágrimas en sus mejillas. No podía ver con la vista nublada por el líquido de sus ojos, pero no le importó. Pasó de pieza en pieza hasta cansarse y recostar su cabeza en su amado instrumento…

  Unos cansados ojos se abrieron al escuchar los aplausos de la gente, un anciano con los dedos temblorosos y su memoria viva volteó hacia la multitud. Frederic con la mala vista, gracias a la avanzada edad que tenía, pudo ver los ojos de la mujer que tanto amó por mucho tiempo -sin que ella supiera- en uno de los asientos de la primera fila. Los años la habían consumido, como a él, pero seguía siendo igual de exitosa y brillante, a su lado estaba su esposo, un reconocido pintor, los dos aplaudían y le daban fuertes “bravos” al anciano pianista. Él sonreía dando por finalizada su última presentación antes de su retiro. Bajó su mirada viendo su reluciente saco, ya no era como el de su juventud, luego dirigió su vista hacia el piano, el mismo que había usado esa primera vez que conoció Claire. Daba la impresión de que el instrumento tenía memorias en su interior, que fueron revividas para que Frederic se pudiera sentir joven una vez más, con los recuerdos de las notas.

Bere L.M

FIN

*Fotografía realizada con IA.
*Derechos de autor reservados. No se puede copiar entero ni parte sin permiso expreso de la autora.


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